El caso Schreber puede construirse teniendo presente los
momentos significativos que marcan las inflexiones y los virajes
de la propia experiencia que Daniel Paul tiene de su cuerpo. En
cada giro, el sujeto encuentra un modo distinto de asumir
suposición por medio de su delirio o, encontrando
más alivio, mediante una actividad socialmente
reconocida(10), que lo tranquiliza y
estabiliza.
Tenemos noticia de un primer ingreso que tiene lugar en
1884. En esta ocasión, se le diagnostica "ataque de
hipocondría muy severo". Freud, en el
artículo que tiene dedicado al caso, afirma:
Haremos constar que sólo inspirará
confianza una teoría de la paranoia que consiga
interpolar en el cuadro clínico total los
síntomas concomitantes hipo-condríacos. A mi
juicio, la hipocondría es, en cuanto a la paranoia, lo
que la neurosis de
angustia en cuanto a la
histeria(11).
En efecto, en este caso hay síntomas
hipocondríacos, pero, según Freud, sobre un fondo
de paranoia que los determina.
Tal vez haya que pensar estos síntomas como el
producto de
una caída y de una regresión (anterior al espejo) a
partir de la misma. Formarían así parte sustancial
del derrumbe edípico de Schreber. El derrumbe de tan
peculiar drama es consecuencia, pues, del encuentro con esa
fantasía, pero también y ante todo, de un
acontecimiento en la vida de este juez de Sajonia, que
colocó en primer plano una carencia
estructural.
El drama edípico aquí no posee el elemento
fálico. Lacan escribe al respecto:
Aquí la identificación, cualquiera que
sea, por la cual el sujeto ha asumido el deseo de la madre
desencadena, si se tambalea, la disolución del
trípode imaginario (notablemente es en el departamento
de su madre en el que se ha refugiado, donde el sujeto tiene su
primer acceso de confusión ansiosa como rapto
suicida).
Sin duda la adivinación del inconsciente ha
advertido muy pronto al sujeto de que, a falta de poder ser el
falo que falta a la madre, le queda la solución de ser
la mujer que
falta a los hombres"(12).
El sujeto nunca ha sido para el deseo del Otro
objeto de amor, objeto
precioso de amor, sino cuerpo a moldear, materia
informe sobre la
que imprimir la forma de un narcisismo imbatible. El sujeto no
puede ocupar el lugar de Edipo, sencillamente, porque Layo no
admitía ley alguna de los
hombres, sino el dictado del capricho narcisista de dar a su hijo
la forma de una Pafo. Su padre, Daniel Gottlob, es como un
Pigmalión que modela a su criatura negando absolutamente
toda su existencia. Por otra parte, el deseo de su madre, como el
de Yocasta, no se proponía ser objeto del amor de un
hombre, sino
dejar constancia de su completud: nada faltaba en su deseo. Es
decir, Pauline Henriette, niega todo deseo que la deje en falta.
Edipo no encuentra por eso el horror de la castración,
tampoco la culpa ante la trasgresión. No encuentra
siquiera el goce perverso de una complicidad incestuosa. Si
hubiera encontrado esa salida habría identicación,
aunque muy particular. Lacan escribe al respecto:
El perverso es aquél que ha eliminado el
conflicto
identificatorio sobre el plano que hemos elegido, el oral,
diremos que en la perversión el sujeto se constituye
como si la actividad de absorción no tuviera otro fin
que hacer de él el objeto que permite al Otro un goce
fálico. El perverso no tiene y no es el falo, es este
objeto ambiguo que sirve a un deseo que no es el suyo; no puede
extraer su goce sino en esta situación extraña
donde la única identificación que le es posible
es aquélla que lo hace identificarse, no al Otro ni al
falo, sino a este objeto cuya actividad procura goce a un falo
del que en definitiva ignora su pertenencia. Se podría
decir que el deseo perverso es responder a la demanda
fálica. Para tomar un ejemplo banal, diré que el
goce del sádico para aparecer tiene necesidad de un Otro
para que, haciéndose látigo surja el
placer(13).
Pero Edipo encuentra en Schreber tan sólo un
vacío identitario y, más allá, cuando
resbala y sale de los cauces de esa manipulación a la que
lo tienen esclavizado, un goce que no puede atar con ninguna ley
de los hombres.
El primer ingreso psiquiátrico viene precedido de
un fracaso electoral. Pero esta circunstancia sola no explica el
desencadenamiento, tal como señala Han
Israëls(14) y el propio Lacan.
Hasta donde he podido indagar, no hay nada que aclare esta
primera enfermedad, pues ni el fracaso, ni la supuesta
frustración lo justificarían. Sin embargo, Freud
entiende que el segundo ingreso es una reedición del
primero.
Lo que sabemos es que Schreber se presenta al Reichstag
por la ciudad de Chemnitz y que lo había pretendido desde
las filas liberales. El Reichstag era por entonces un poder,
podríamos decir, de tercer nivel. Este organismo, un tanto
ostentoso, parecía reunir muy poco poder efectivo. La
gente que quería verdaderamente hacer algo, afirma
Fulbrook(15), casi despreciaba al
Reichstag porque no servía para nada. Formalmente se
trataba en efecto de una cámara legislativa, pero el poder
eficiente estaba realmente en el Reich.
Cuando Schreber se presentó por el Partido
Nacional Liberal al Reichstag, podía aspirar pues, a un
cargo de relativa resonancia social, pero de escaso poder
efectivo. El caso es que pierde el escaño, y al poco
tiempo,
ingresa en la Clínica Universitaria de Leipzig, en donde
después de otras consultas va a parar al Dr.
Flechsig.
El tratamiento que recibe allí es suficiente para
incorporarle a la vida activa. A finales de 1885 obtiene el alta,
regresando a la misma en enero de 1886, para retomar sus funciones en el
cargo al que lo habían trasladado en el ínterin:
Presidente del Tribunal de 1ª Instancia en Leipzig.
Él y su mujer
guardarán el mejor recuerdo del doctor. Su mujer
mantendrá durante años un retrato del eminente
neurólogo sobre su mesa.
Un segundo ingreso, el más largo, y durante el
cual escribirá "sus" Memorias, se produce en
1893. Para entonces, el señor Flechsig es ya un
neurólogo de mucha fama. Un investigador reconocido en los
medios
médicos, que había profundizado en el
funcionamiento del sistema
nervioso.
O. Mannoni(16), hace una
observación interesante acerca de este
encuentro de Schreber con Flechsig con ocasión del segundo
ingreso. También Schreber es ya un personaje, nos dice.
Ese año, en julio, ya le habían anunciado el
nombramiento para el Tribunal Superior de la Corte de Dresde. Su
carrera brillante y los méritos acumulados habían
demostrado a sus superiores que él era el hombre
idóneo para ese cargo. Schreber era, pues, cuando se
presenta de nuevo ante Flechsig, un señor que tenía
su prestigio ganado. En la visita -señala Mannoni-
Flechsig trata de reconfortarle y prometerle una curación
rápida. Pero Schreber pone en duda las palabras de
Flechsig. Y esta posición del "enfermo nervioso" no sienta
nada bien al ilustre doctor. Tras estas observaciones
impertinentes de Schreber comienza una larga rivalidad. Mannoni
afirma que esta lucha de prestigio se constituirá en el
leitmotiv de la dupla de rivalidad delirante con Dios.
Rivalidad que no está sustentada en una relación
edípica convencional.
Por otra parte, el nombramiento tal vez gratificara al
propio Schreber, pero también lo sorprendió y lo
precipitó al lugar psíquico desde el que no
podía encontrar recursos
(significantes) para hacer frente a tal requerimiento. Esto es
clave, afirma Lacan, para entender lo que es el desencadenamiento
de la psicosis. Lacan
teoriza este aspecto al desarrollar la expresión
"encuentro con un
padre"(17).
Daniel Paul pertenece a una larga saga Schreber. Sabemos
que el padre, Daniel Gottlob(18)
Moritz, llegó a ser famoso en Alemania por
los Schreber Garden, aunque a esta modalidad de cultivo
de jardines y de vida sana, él tan sólo aportara el
nombre y algunas bases ideológicas sobre la
relación con el cuerpo. De hecho, este tipo de
asociaciones, agrupadas en der Verband Leipziger
Schreibervereine, -la federación que recogía a
los asociados-, se dedicaron a vender los jardines-Schreber,
abandonando el movimiento de
reforma pedagógica que originariamente habían
emprendido. El Doctor Schreber fue el creador de aquella pedagogía, más o menos militarizada,
que hacía especial hincapié en la disciplina del
cuerpo. Creó un espíritu que suscitaba la demanda
social de orden y generó en la época de Bismark un
movimiento paralelo de cohesión social. Las obras de
Gottlob Moritz dejan traslucir una personalidad
fuerte y controladora que siempre deja claro la posición
del que sabe. Él sabe responder a las cuestiones morales,
a las cuestiones educativas; sabe, en definitiva, responder al
saber imposible. En este sentido es aplastante, no reconoce a
nada ni a nadie sobre sí.
El padre de Schreber aplicaba sus ideas sobre la
disciplina del cuerpo y las experimentaba con sus propios hijos.
Aparatos correctores, correas de sujeción, baños
fríos, etc. Elementos combinados todos, que
entrarán luego a formar parte como materia prima
del delirio de Schreber; y que, curiosamente, aparecen en
manifestaciones del delirio que pueden clasificarse dentro de lo
que Lacan llama "fenómenos de
franja"(19). Se trata de
fenómenos alucinados más o menos dispersos que
entran en juego cuando
Schreber no consigue unificar dramáticamente el delirio,
cuando se hunde en la experiencia del cuerpo despedazado. Todas
estas alucinaciones se ceban en su cuerpo. Por ejemplo, carece de
estómago, de pulmones, etc. También, en esta fase,
aparecen unos hombrecillos en posición de sentarse
alrededor del cráneo, le abren y le cierran los ojos y
otra serie de intervenciones que no lo dejan en paz. Esta
última alucinación de los hombrecillos sentados
alrededor de su cráneo se corresponde, por ejemplo, con el
cerco de una correa que le sujetaba el cráneo para
mantener firme y derecha la espalda cuando se sentaba a la
mesa.(20) Schatzman interpreta estas
alucinaciones en el contexto de un conflicto:
Toda la locura de Schreber es una imagen de la
guerra de su
padre contra su propia independencia. Nunca está libre de una
coacción por parte de lo que él cree que son
poderes espirituales externos. Sin embargo, nunca conecta la
coacción con su padre. No puede, posiblemente, porque su
padre disfrazó (probablemente sin darse cuenta) la
fuente del control
definiendo ese estado de
hallarse bajo el control de los padres como
auto-control(21).
En realidad, no hay un paralelismo entre las
manipulaciones ortopédicas del padre y la experiencia
alucinada. La alucinación no viene provocada por el
recuerdo de la experiencia, sino más bien es la
imposibilidad de elaborar simbólicamente la experiencia lo
que permitió dejar material disponible para la
formación del contenido de las alucinaciones.
Este padre rayano en la omnipotencia tuvo con Paulina
Hasse cinco hijos. Daniel Gustav, tres años mayor que
nuestro Daniel Paul, estudió derecho siguiendo una de las
vocaciones de la familia. En
estos estudios siguió Daniel Paul a su hermano mayor de
manera mimética, especular. El siguiente de los hermanos
era Anna (Anna Jung(22) de casada)
quien, al parecer, sufría de histeria. Luego vino al mundo
Daniel Paul, a quien llamaban en su familia Paul,
nombre compartido por su madre Pauline. Después
nació otra hermana, Sidonie (1846-1924); y por
último, Klara nacida en 1848.
En 1877, el mayor de los hermanos, Gustav, tras escribir
una postal extraña a su madre se suicidó
descerrajándose un tiro. Paul tenía entonces
treinta y cinco años. Los datos familiares
son significativos y abundantes, pero aquí sólo
traeré a colación aquellos que sean pertinentes a
los aspectos que trato sobre la locura de Schreber.
Freud sitúa la génesis de esta psicosis en
la emergencia de una pulsión de carácter homosexual, ante la cual, el
sujeto debe defenderse. Freud cree que esa homosexualidad
tiene que ver con el padre o el hermano. Es significativo que, en
Memorias, cuando Schreber se propone aclarar el
asesinato del alma y la
cuestión de sus familiares muertos, se interrumpa y deje
en blanco el capitulo. Se trata del capítulo tercero que
no publicó porque podía herir el honor de estos
familiares. Ante este silencio, Freud sospecha que ha habido un
incesto. Un acto que no pudo encajar, un montante de libido
imposible de canalizar con las armas
significantes de que disponía, un acto invasivo, un
incesto con el padre o el hermano. Tal vez apunte a este
imposible encaje "el asesinato del alma" a que se refiere Daniel
Paul.
La interpretación -por otro lado plausible-,
no está alejada, sin embargo, de la situación
personal del
propio intérprete. Freud está influenciado en esos
momentos por la relación que sostenía con C. Jung.
La crisis no se
abierto aún, pero Jung, que es su discípulo
más brillante, parece interesarle más la
especulación mitológica y la creación de sus
propias teorías
que seguir el camino riguroso del maestro. Las relaciones
transferenciales de Jung con Freud se están tornando
problemáticas. Y Freud se muestra inquieto
ante esta posible pérdida.
Freud lleva ocupado con el caso Schreber desde antes del
verano del Congreso de Nurenberg (1911). Mantiene correspondencia
con Jung al respecto. En su análisis, cada vez más divergente
del que hace Jung, propone como base de la paranoia una
erotización de las relaciones sociales, que a su vez
constituyen una sublimación de la homosexualidad latente.
En definitiva, un fracaso en esa sublimación. Por otra
parte, Jung ya piensa en una sola energía psíquica
asexuada, capaz de explicar todos los procesos.
Tiempo antes, en una de aquellas sesiones de los
miércoles, en que se reunía la Asociación
vienesa, Freud hacía una afirmación interesante. El
paranoico cuando habla y oscila con su palabra está
creando la palabra, está creando con esa
palabra lo que se ha roto que es el yo, está
reconstruyendo el yo. De esta suposición, luego,
deducirá que tras la hecatombe en esas posiciones yoicas,
toda la libido que se retrae del objeto, irá a parar al yo
para intentar reconstruir a la manera del delirio esa
escena yoica donde poder situarse el sujeto. Su
análisis pues, no niega, sino enfatiza el compromiso
sexual de la pulsión en la psicosis.
En el caso Schreber se pueden señalar una serie
de puntos de inflexión. Uno de ellos, el fundamental, se
introduce con una fantasía sobre el ser mujer y
el goce de la mujer. Dicha fantasía se produce
cuando le anuncian a Daniel Paul que va a ser presidente del
Tribunal de la Corte de Dresde. En ese punto de
ensoñación se inicia la nueva posición del
sujeto, pero sus efectos se precipitarán luego, cuando,
efectivamente, lo nombren presidente; presidente entre otros
miembros del tribunal mayores que él, con más
experiencia y ante quienes no sabe qué lugar ocupa en su
deseo. Estos miembros del tribunal harán presente a
Schreber un otro opaco del deseo, tan amenazante como una gran
mantis religiosa dispuesta a devorar lo que sobresalga. Nada
familiar, nada reconocible en el deseo del Otro. Esa alteridad
inquietante está a punto de volverle loco. Con el acto de
su nombramiento queda "arrojado" a esos otros. Entonces, la
amenaza se cumple y la fantasía cobrará todo su
valor de
"reconstrucción"delirante de la realidad
perdida.
La fantasía sorprende a Schreber en el verano de
1893 cuando le anuncian el nombramiento. En octubre de ese
año recibe efectivamente el nombramiento y a finales de
octubre o principios de
noviembre Schreber se encuentra ya realmente mal. Daniel Paul
comienza a tener insomnios pertinaces, a oír ruidos
inquietantes, a tener ideas de muerte y
suicidio.
Cuando esta segunda vez va a ver a Flechsig lo hace con
su mujer, Sabina Behr(23). Tras un
periplo, en el que visita a su madre y, precisamente allí
entra en confusión, se dirigen a la clínica de
Flechsig. Lo internan y pasa un tiempo extremadamente duro para
él. "Los días transcurrían, pues, en medio
de una tristeza infinita; mi mente abrigaba casi exclusivamente
pensamientos de muerte".(24) Él
se encuentra muy mal y Flechsig, como recuerda Mannoni, le dice
que no se preocupe, que la neurología ha avanzado mucho y
que hay nuevas drogas mejores
y más eficaces. Schreber no queda en absoluto convencido y
se muestra reticente, sin embargo toma esas drogas. Ya
trastornado, delirará con que le quieren envenenar,
pidiendo repetidamente el veneno que le está
destinado.
Toma, pues, esas drogas(25), y
no sólo no mejora sino que rápidamente empeora. En
Navidad pasea
con su mujer, pese al estado "mísero" de sus fuerzas. La
depresión no obstante se agrava aún
más.
Una nueva depresión nerviosa, y que
marcó un periodo importante de mi vida, se produjo
alrededor del 15 de febrero de 1894, cuando mi mujer, que hasta
ese momento pasaba varias horas por día en la
clínica e incluso almorzaba conmigo, emprendió un
viaje de cuatro días a Berlín, a casa de su
padre, para tomarse unos días de descanso que necesitaba
sobremanera. Me sentí tan deprimido durante esos cuatro
días que cuando mi mujer retornó sólo
quise verla una vez; la explicación que me daba a
mí mismo era que quería evitar que me viera cada
vez peor. Desde entonces cesaron sus visitas; cuando la
volvía a ver de tanto en tanto y después de mucho
tiempo, en la ventana de una habitación de enfrente, se
habían producido cambios tan importantes en mi entorno y
en mí mismo que ya no creí ver en ella a un ser
vivo, sino solamente a una de esas formas humanas enviadas
allí por milagro, "imagen humana construida a la
ligera". Una noche en particular fue decisiva para mi derrumbe
espiritual; durante esa sola noche tuve un número
inusitado de poluciones (sin duda media
docena)(26).
En esta situación, pues, bajo la
observación y los cuidados de Flechsig, su mujer decide
ausentarse y cuando vuelve lo encuentra ya loco. El mundo se ha
hundido, los semejantes no existen sino como sombras, como
figuras hechas a la ligera. Desde entonces las voces le
hablarán sin cesar.
Si ocupar la posición fantasmática
anunciada por la fantasía -cuando el nombramiento se hace
efectivo- tiene sus efectos en la construcción imaginaria de la paranoia, ese
abandono, ese liegen lassen (dejar tirado),
también tiene los suyos por cuanto no deja salida a lo
previamente anunciado. El único sostén que lo
mantiene a salvo desaparece, lo "deja tirado". Y, al "dejarle
tirado", como dice Freud -y como el propio Schreber delira- lo
deja entregado a un hombre para que éste goce de
él. Ese hombre, que es Flechsig -"Dios" magnificado
por el delirio-, constituirá el personaje fundamental en
el drama delirante.
Entre febrero y marzo de 1893 Schreber comienza a
percibir que el mundo se hunde. Hay un cataclismo a partir del
cual el mundo va perdiendo consistencia, la realidad se vuelve
crepuscular. De viaje a Pirna contempla el paisaje y lo percibe
como un escenario de cartón piedra, los hombres ya no son
hombres sino "hombres hechos a la ligera" (hingemachtene
Männer). Con este crepúsculo se abre un tiempo
en el que aparecerán fenómenos muy diversos y
milagrosos. Durante ese tiempo, todos los movimientos que
él se sorprende haciendo, sea ver, oír, o sea que
algo se mueva a su lado, todo esto que acontece en torno a
él, provendrá de una misteriosa intencionalidad.
Las cosas y los seres que le rodean serán movidos ante sus
ojos por fuerzas extrañas.
El profundo sentimiento depresivo ante el hundimiento
del mundo va dando paso progresivamente a un estado de suma
perplejidad, a un estado catatónico. Schreber no habla
palabra, hace gestos extraños mirando al sol, se queda
inmóvil durante horas. De este tiempo, dirá luego,
"fue un tiempo sagrado". En ese periodo los milagros abundan y
las voces le hablan continuamente.
Cuando lo trasladan a la clínica de Lindenhof en
el verano, en junio de 1894, donde permanece apenas medio mes, ya
sabe que hay un complot contra él. Flechsig se ha
confabulado con lo que, según la "Lengua
Fundamental" (Grundsprache), se denominan "almas
examinadas". Hay ya toda una cohorte de demonios que van
detrás de él, que le persiguen e intentan por todos
los medios prostituirle y entregarlo a un hombre para que goce de
él. Siente que su cuerpo se está feminizando, los
nervios de Flechsig vibran en su propio cuerpo. Y nota que hay
una cierta "nerviosidad", que la siente como una voluptuosidad
femenina.
La paranoia comienza aquí de una manera que no
tiene solución, es un conflicto absolutamente demoledor.
Pero esa paranoia va a experimentar un giro cuando, a finales de
1895, en noviembre, encuentre -Freud lo ve así- un sentido
nuevo. Esa feminización, esa emasculación
(Entmanung), esa castración real que aparece en
su cuerpo como cuerpo de mujer, y que es efecto de la
fantasía que lo sorprendió en el verano de 1893, va
a ligarse a otra fantasía para ganar un nuevo
sentido.
Ya no se trata simplemente de la fantasía "que
bello sería ser una mujer en el momento del coito", sino
que a ésta, se le añade otra: "ser la mujer de
Dios, para engendrar hombres espíritu Schreber." Él
debe ser mujer, pero no siendo entregado como un desecho al goce
mortífero de otro, sino por la causa más sublime.
Debe ofrecer una voluptuosidad, no para entregarse como una puta
a un hombre, sino para ofrecer a Dios su cuerpo y generar nuevos
hombres de espíritu Schreber. Su misión se
dirige a la recuperación de nuevo del orden perdido en
el universo y
hacia la generación de una nueva especie de
hombres. Idea delirante no lejana, por cierto, a lo que ya
entonces se estaba gestando en Alemania.
En esos momentos ya se ha dado cuenta de que esa
"conexión de nervios" (Nervenanhang) procede de
algo que ha sucedido y que ha roto el "orden del mundo"
(Weltordnung). Esa "ruptura del orden del mundo"
(Riss der Weltordnung), tiene que ver -nos dice- con el
asesinato del alma.
¿Qué es lo que ha pasado entonces? Bueno,
de momento, que Flechsig ha seducido al propio Dios, que lo ha
metido en la confabulación y que ha conseguido lo que, en
condiciones normales, no hubiera podido hacer ningún
mortal. Pues Dios, en su fantasía metafísica, sólo se relaciona con
los nervios de las almas muertas y, por eso, no tiene
relación ni conoce a los vivos por dentro.
Su delirio constituye un sistema
perfectamente elaborado de teología. Elementos de la
religión
judía, combinados con la religión persa de
Zoroastro y la mitología germánica, configuran un
recorrido coherente, aunque delirante, que nada tiene que
envidiar a teología alguna.
Cuando una persona muere los
nervios no se destruyen, simplemente, quedan a la espera de su
purificación para reintegrarse de nuevo a la unidad
originaria. Esta idea, no tan original, la usa Schreber no
sólo en un contexto de producción directa del delirio.
También escribe, basándose en ella, un
artículo relacionado con la pervivencia de las almas en
los nervios. En efecto, en una disquisición que nos ofrece
el propio Schreber medrando en un debate de su
tiempo, se postula que ni aún en los antiguos casos de
quema de brujas, las almas se perderían completamente. Por
más que ardieran, conservarían algunos nervios
albergados en el cráneo que el fuego no habría
podido destruir (Coincide esta disquisición con una
polémica social de la época, suscitada por
movimientos a favor de la incineración en
Alemania).
En esta particular metafísica, lo normal es que
la gente muera y que los nervios queden integrados de nuevo en la
unidad de Dios. Para ello es necesario que antes sean
purificados. Ordenadas a este fin hay una serie de pruebas, tras
las cuales, las almas se integran como "antesalas del cielo"
(Vorhofe des Himmels), como cavidades que están
en la parte frontal de Dios. Y es en los "Reinos
Posteriores" donde sitúa a Dios.
Así pues, hay todo un ciclo en el que la vida y
la muerte se
suceden sin pérdida real alguna. Ahora bien, si se
incineran los cuerpos como pretenden algunos modernos de su
tiempo: ¿se integrarían sus almas?, ¿no se
impediría con ello que las almas se reintegraran de nuevo
a Dios? Esta polémica no va más allá en
Schreber y tan sólo ronda un problema que le acucia: el
asesinato del alma como inicio incierto de un largo recorrido en
su vida.
Sea como sea, el caso es que Flechsig ha conseguido que
Dios haga una "conexión nerviosa" contra natura, en contra
del orden cósmico y con alguien que estaba vivo, que es
él mismo. Desde ese momento parece pender del horizonte la
certeza de que se ha cometido el asesinato del alma. Flechsig ha
realizado esa conexión, para que Dios consiga alcanzar la
"voluptuosidad" que necesita para purificar las almas.
Schreber da al término "voluptuosidad"
(Wollust) el sentido de una forma fenoménica de
la "bienaventuranza" (Seligkeit). La bienaventuranza que
deben alcanzar las almas sólo es posible a través
de esa purificación, y ésta la alcanzarán
gracias a él, que presta su cuerpo de mujer para que los
rayos vengan a ese cuerpo transfigurado y cojan la voluptuosidad
que necesitan. De tal manera que Dios en ese momento,
precisamente porque no conoce a los seres humanos por dentro, se
ensaña ignorante con el propio Schreber instigado por
Flechsig.
Cuando se instale la fantasía de ser la mujer de
Dios, para engendrar hombres de espíritu Schreber, el
delirio tomará otro sentido muy diferente. La
eviración (Entmannung) ya no abocará al
goce desmesurado de otro que persigue ominosamente, sino que
adquirirá un sentido
salvífico,(27) dejando de ser
algo denigrante y manifestándose como ofrenda ideal. Y
justamente, por tomar un valor ideal, es decir, por existir
ahí un significante que articula una identidad y
estabiliza la psicosis (ser la mujer de Dios) se orientará
todo su quehacer hacia ese mantenimiento
de la voluptuosidad del cuerpo (goce contenido,
anudado).
Esa voluptuosidad purificadora sólo acontece en
su cuerpo de mujer. Y ser mujer es lo que le exige Dios para
lograr una regeneración del género
humano.
En los momentos del acercamiento (de Dios), mi pecho
puede convencer a cualquiera de la presencia de senos femeninos
relativamente bien desarrollados; todos los que quieran venir a
mirarme podrán ver con sus propios ojos el
fenómeno. (…) Cultivar emociones
femeninas, como me es posible gracias a los nervios de la
voluptuosidad, para mí es ya un derecho, y en cierto
sentido, un deber. (…) Lo que me anima en estos momentos
no debe considerarse baja sensualidad; si aún me fuera
posible satisfacer mi orgullo viril, sería naturalmente
preferible en mucho mayor grado; por lo tanto, no
permitiré que nadie tenga la más mínima
sospecha de que pueda haber por mi parte cualquier lubricidad.
Pero, ni bien estoy a solas con Dios –si puedo expresarme
así- necesito esforzarme con todos mis medios, con toda
la fuerza de mi
inteligencia, para dar a los rayos divinos de
manera continua (en la medida de lo posible, porque el ser
humano es impotente para que eso se mantenga de manera
continua, y entonces, por lo menos en ciertos momentos del
día) la imagen de mujer sumida en el rapto de la
voluptuosidad(28).
No es extraño que Schreber se ocupe de su aspecto
de mujer y de su semblante de mujer frente a ese Dios que se lo
exige para purificar las almas. Schreber estará así
frente a la misión más importante que haya tenido
jamás hombre alguno. No sólo se servirá Dios
de él para purificar las almas, también será
el objeto de sus ataques. Él soportará sobre su
espalda el sufrimiento de su incomprensión y la responsabilidad inaudita de generar nuevos
hombres espíritu Schreber a partir de haber sido
elegido por Dios para inseminarle.
Este giro que toma el caso sucede en noviembre de 1895.
Freud lo señala y Lacan puntualiza:
Él mismo articuló su solución
bajo el nombre de Versöhnung: la palabra tiene
sentido de expiación, de propiciación, y, en
vista de los caracteres de la lengua fundamental, debe
empujarse aún más hacia el sentido primitivo de
la Sühne, es decir hacia el sacrificio, mientras
que se le acentúa en el sentido del compromiso
(compromiso de razón, con que el sujeto motiva la
aceptación de su
destino)(29).
Y justo por este tiempo es cuando Schreber comienza a
tomar notas. Él ya no está simplemente entregado a
la vorágine del goce del Otro, él está
entregado pero armado de una cierta mediación: un drama
que sitúa una pareja excepcional formada por un Dios que
le exige voluptuosidad y que le promete la regeneración de
la humanidad hundida, y él mismo, sometido a la más
extenuante y dolorosa prueba.
Desde luego, esta promesa no está exenta de
riesgos. El
propio Dios, con su cohorte malintencionada, procura destruir su
razón impidiendo su misión. Pero él no
cejará en su esfuerzo titánico y no
consentirá esa destrucción, perseguida con mil
argucias, ni abandonará la idea de esa regeneración
a base de hombres espíritu Schreber. Su escritura
pondrá orden en todo este proceso.
Primero escribe en hojas sueltas de calendario, en
pedazos de papel. Confiesa que necesita escribir para aclarar "lo
que me está pasando". Luego escribe en cuadernos
ordenados. Pretende con la escritura comunicar su experiencia a
los otros, a la familia, a la comunidad
científica, etc. Cuando pasen dos años, en 1897, la
escritura habrá alcanzado una amplitud inusitada,
permitiéndole una salida más potente al delirio.
Esa salida tiene que ver -así lo ha visto una cierta
tradición psicoanalítica- con el cuarto
nudo que Lacan propone en su seminario sobre
Joyce. En Joyce, la escritura anuda lo real, lo simbólico
y lo imaginario, de tal modo que si uno de estos lazos se
desatara, los cuatro se desencadenarían y el desorden
cundiría en todos los niveles de la realidad
psíquica.
Schreber comienza, pues, a ordenar esa escritura en
cuadernos, alcanzando en ese orden un cierto proyecto, un
proyecto para dar a conocer al mundo -sobre todo a los
científicos y desde luego a Flechsig- cómo su
cuerpo y él mismo se han convertido en un campo de
intervención divina. Realmente, se trata de una
experiencia sagrada que tiene un sentido muy profundo, pues
afecta a toda la humanidad y, por ende, a todo el orden
cósmico.
Pese al complot, la razón de Schreber se conserva
intacta. Y, aunque loco, razona impecablemente. Si alguien
accediera a una experiencia tan elevada se sentiría
igualmente un elegido y pretendería también que
todo el mundo conociera ese destino. Pues Schreber no es
sólo importante, sino incluso vital para la existencia de
Dios.
Es a partir de este remedo fálico, (ser la mujer
que falta a los hombres)(30) de este
posicionamiento idealizado en su existencia
delirante, que comienza una demanda distinta. Él no va a
constituir un peligro para nadie. Si se comporta de manera
excéntrica y se ve forzado a actuar de ese modo,
mirándose al espejo con tocados de mujer -dando de vez en
cuando alaridos o haciendo gestos extraños- es porque
tiene poderosas razones para ello. Por eso pide a los
demás que toleren esas pequeñas molestias a
cambio de la
gran promesa que entraña su misión. Su aparente
locura no debe acallarse y confinarse en solitaria
reclusión. Bajo esa apariencia distorsionada sufre la
existencia que le ha tocado en suerte, desde la posición
más digna. Ésta es la razón por la que no
debe permanecer por más tiempo internado. Él se
debe a su misión y sus pequeñas excentricidades
están justificadas por las más altas razones. De
hecho, los otros, algo captan de esta nueva contención,
pues lo van dejando salir solo del Sanatorio, para hacer una vida
un poco más libre.
En 1899 Weber,
director del asilo de Sonnenstein, en donde pasa la mayor parte
del tiempo de ingreso durante esa crisis, escribe un primer
informe detallado en el que expone la necesidad de prolongar el
encierro y que es interesante leer. El perito considera en
él que pese a su comportamiento, aparentemente normal, aún
subsisten las ideas delirantes y que, por lo tanto, no se le
puede devolver la capacidad de la que le había privado la
inhabilitación. Esta incapacitación se remonta
años atrás, cuando a instancias de su mujer se le
había declarado no apto para gestionar sus propiedades,
bienes y
asuntos personales.
Él se rebela contra esta situación desde
el momento en que se ve provisto de una alta misión que
cumplir. A partir de ahí, su escritura va a ser
instrumento para demostrar -aquí es interesante
señalar que no se trata de escribir por escribir, pues
esta escritura se dirige al tribunal- que no ha perdido el juicio
(como la confabulación pretende) y que está en
condiciones de ejercer sus facultades perfectamente.
Esto es importante, pues no se trata de las notas
sueltas que escribía durante el periodo testimonial, sino
que ahora se trata de una estrategia
sistemática y obligada, que lo estabiliza mucho más
y le posibilita mantener relaciones más medidas con cierta
"realidad exterior". Por ejemplo, comienza a escribir a su mujer,
y a un familiar. El mundo, o al menos sus exigencias tamizadas
por las del delirio, comienzan a contar otra vez,
facilitándole la relación con los demás. Un
psiquiatra bienintencionado y comprensivo podría afirmar
que lo que hace Schreber es una crítica
a su propio delirio. Pero, esto no sería totalmente
cierto, pues él cree profundamente en ese destino y en las
voces que se lo marcan. A veces, cuando dice que los hombres
hechos a la ligera ya no existen, parece distanciarse del
delirio. Los considera como parte de la experiencia pasada. Pero
existieron, y la lógica
que volatilizó a los vivos y que lo sumergió en la
experiencia con las almas de los difuntos sigue tan viva como al
principio. Y él sigue convencido de su exclusiva y
privilegiada relación y en su insoslayable
misión.
Podríamos convenir con tan bienintencionada
mirada que la realidad ha ganado consistencia otra vez.
Para ello habría argumentos de peso. Por ejemplo que,
efectivamente, consigue en 1902 el levantamiento de la
interdicción y la propia libertad, y
que un año después consigue publicar las
Memorias de un neurópata. Pero con suponer que la
crítica del delirio lo devuelve a la realidad, no
entenderíamos qué sucede en esa latencia que va de
1902 a 1907, ni tampoco por qué retorna, esta vez de
manera irreversible y trágica, la alienación y la
locura.
El análisis de Freud llega hasta la
liberación del presidente y la publicación de sus
memorias.
Freud no conoce la recaída de 1907 ni sabrá que
acabó su vida demenciado en un asilo. En mayo de ese
año de 1907 moría Pauline Henriette Schreber Hasse,
madre de Daniel Paul, y en noviembre, Sabine, su esposa, sufre un
ataque producto de una afasia pasajera. Él, desasistido
imaginariamente por esa pérdida real de la madre,
expulsado del frágil remedo de drama edípico que lo
sostiene, no podrá soportar ya la ausencia pasajera de su
mujer y se ve arrojado de nuevo fuera de la escena, cayendo en la
psicosis. Esta vez, no quiere saber nada de Flechsig e ingresa no
en su clínica, sino en el asilo de Dösen, donde
acabará sus días.
Existe, entre los documentos
rescatados por Han Israëls, un poema que le dedica su mujer
con motivo de su cumpleaños y que le envía cuando
se va a Berlín y lo "deja plantado". Detrás de la
aparente piedad, se esconde el sadismo. El poema reza
así:
Antes de que la verdadera paz se apodere de ti
-la apacible paz de Dios-
La paz que ninguna vida otorga,
Ningún placer en este mundo,
Será necesario que el brazo de Dios
Te hiera/ y que clames: "Ten piedad, oh Dios,
Ten piedad de mis días."
Será necesario entonces/ que tu alma profiera un
grito
Y que en ti se haga la noche/ como antes del día de las
cosas.
Será necesario entonces que, total y pesado,
El dolor te derribe.
Que ninguna lágrima más/ brote de tu alma.
Que cuando haya cesado tu llanto
Y estés cansado, tan cansado,
Un huésped fiel se acerque a ti,
La apacible paz de
Dios(31).
Uno se puede preguntar qué tipo de
relación está implícita en este "regalo",
pues pese a que Schreber y su mujer intentaron, con cierta
insistencia, tener hijos -de hecho, ella tuvo varios abortos-, e
incluso valorando el deseo que traduce la adopción
de una hija cuando él salió de Sonnenstein,
permanece la impresión de que el poema cumple una
venganza.
El deseo de muerte que pesa sobre él queda velado
tras esa piedad de Sabine. Este deseo no sólo lo recibe de
otro, él mismo; está poniéndose
continuamente en jaque mate. Son las voces y las visiones las que
le acosan y buscan su aniquilación.
Imagínese solamente a un individuo
que se comportara frente a otro individuo, en el curso
corriente del lenguaje
humano, de la misma manera como se comportaron los rayos
conmigo desde hace años y aún hasta el día
de hoy, y se podrá vislumbrar débilmente la
enormidad del daño
contra los derechos más
fundamentales del hombre que constituye el juego forzado del
pensamiento,
y hasta qué grado extremo, inconcebible humanamente, mi
paciencia fue puesta a prueba. Imagínese a un hombre que
se fuera a plantar ante su vecino y que lo abrumara días
enteros con frases incoherentes como hacen los rayos ("Ojala
mis", "Era en efecto", "En cuanto a usted, debe", etc.)
(…) no estoy en condiciones de oponerme a una acción sobre mis nervios que participa
del poder milagroso divino. Sin embargo, no puede recurrirse
sin cesar a la palabra humana (en voz alta) que sigue siendo el
último refugio de la garantía del derecho de ser
el amo de uno mismo; primero por gentileza para con los que nos
rodean, luego porque hablar en voz alta impediría
cualquier ocupación racional, y finalmente porque la
noche excluiría toda posibilidad de dormir. Es
precisamente por esto que tratan continuamente de obligarme a
hablar en voz alta por medio de la pregunta: "¿Por
qué no lo dice? (en voz alta)", o por medio de
términos injuriosos (ver capítulo
IX)(32).
Las voces lo torturan y tratan de aniquilarlo, pero
también nombran los elementos de su universo
delirante. Uno puede preguntarse dónde va a parar toda la
fuerza de esa pulsión de muerte durante la
estabilización de la psicosis. Dónde va a parar esa
otra cara de la realidad psíquica que lo conduce, que lo
lleva y lo trae y que no sólo lo tortura o precipita su
delirio "ser una mujer en el momento del coito" sino que, de
alguna manera, funciona como límite y contorno de su
fantasma.
En su caso parece que la relación con los hombres
lo descoloca siempre que haya algo que la erotice, siempre que
haya algo que quite el velo a la relación imaginaria y
aparezca la castración real. Esa castración que no
ha habido más que en forma de rechazo. Por tanto la
pulsión adquiere esa forma del rechazo cuando no alcanza
un elemento imaginario del delirio que la represente.
Con el tema del rechazo se introducen el criterio
diferenciador de la psicosis con relación a la neurosis y
la estrategia específica a seguir. Para Freud y para Lacan
en este mecanismo de defensa está la clave, sólo
que éste último lo desarrolla teóricamente y
lo aclara al introducir el término "forclusión".
Esa forclusión es el rechazo de la afirmación
primordial (Bejahung), el rechazo del significante del
nombre del padre, cuya expulsión tiene consecuencias
catastróficas en la
organización psíquica. Para Lacan queda claro
que ese rechazo no es sin el concurso de los deseos de los padres
e, incluso, de la anterior generación.
Si esa realidad psíquica estuviera reprimida, el
entregarse a alguien, el ponerse al servicio de
alguien, de una causa, etc., pertenecería a la serie de
fenómenos humanos más comunes. Se trataría
entonces de tomar un padre imaginario que nos conduzca, ya se
encuentre en el seno de un grupo con su
causa, o de manera más diluida y aparentemente
individualizada formando parte del ideal.
Ahora bien, si esa realidad queda rechazada, ese padre
imaginario forma una barrera total, pero frágil, ante un
agujero por donde todo lo terrible viene a tomar cuerpo en forma
de alucinación. Dios hace de freno a la
vorágine del cuerpo despedazado(33)
y a la situación de precariedad tan dramática
introducida por el "dejarle tirado". Pero también, la
escritura hace de freno y, tal vez de manera más
benéfica, por ordenar ese parapeto.
Schreber, cuando comienza a escribir durante este
prolongado internamiento, llama "sistema de notas" a todo aquello
que escribe en hojas de calendario y papeles sueltos que
encuentra. En este "sistema" las voces, las almas -una vez
establecida la conexión de nervios
(Anhangnerven)- se convierten en nervios. Y, estos,
cuando tienen función
creadora, son "rayos" (Strahle). De tal manera que
cuando los nervios comienzan a hacer milagros los denomina rayos.
Aparecen milagrosamente los pájaros cantores, por ejemplo,
y toda una serie de fenómenos alucinatorios, insectos que
vuelan a su alrededor porque, en realidad, los están
guiando estos rayos para decirle cosas. Pues bien, uno de los
fenómenos milagrosos que aparecen consiste en que esos
rayos le mueven la mano para que escriba, mientras otros rayos
van a leerle las notas, para probarlo a ver si se ha vuelto
imbécil. Porque, en el fondo, de lo que se trata es de
destruirlo, en el sentido de destruir su virilidad, que en cierto
modo ya lo han conseguido, pero ahora tiene un sentido nuevo,
aniquilar su razón. Pues hay algo que estorba a Dios. Dios
quisiera dirigir los rayos con absoluto dominio y el
pensamiento de Schreber le estorba. Entonces quiere aniquilar esa
razón, para que pasen sin ningún tipo de
obstáculo. En esa escritura no aparece nada
tranquilizador, contiene por el contrario una construcción
fantasiosa que tiene que ver con el poder omnipotente y terrible
del padre.
Él escribe porque le mueven la mano, y le mueven
los ojos, para que las almas lean lo que escribe. La escritura,
por tanto, no siempre cumple ese papel de estabilización
en la psicosis. Es estabilizadora cuando forma parte de una
relación transferencial con "alguien". La escritura
comienza a tomar sentido, y con ello a disminuir esos
fenómenos de franja, cuando Schreber escribe para mostrar
al mundo su experiencia y, sobre todo, cuando se pone en juego su
voluntad de demostrar al tribunal que él puede y debe
salir del asilo y sobre él debe dejar de pesar la
inhabilitación.
No obstante, los fenómenos psicóticos no
desaparecen totalmente. El fenómeno del alarido sigue
ahí, pero él, Schreber, tiene ya un armazón
articulado, un "almohadillado"(34)
-dice Lacan-, a partir del cual puede moverse, -con cierto
cuidado, es verdad- por entre los demás
mortales.
Parece que es justamente cuando la escritura tiene un
destinatario, que se estabiliza y alcanza ésta a
cumplir una función de organización de la experiencia subjetiva.
Ello puede permitir al sujeto una posición frente a esa
realidad. Cuando los informes de
Weber desaconsejaron su salida del asilo, se vio alentado a
seguir esa senda reivindicativa. Fue ese obstáculo a su
entera libertad lo que le forzó a centrar mucho más
su acción, a disciplinar su escritura y a adquirir una
consistencia en ese almohadillado que lo soportaba. Este
resultado no se produjo a partir de una intencionalidad
terapéutica del médico, surgió de los
acontecimientos. Tal vez si no hubiera encontrado ningún
tipo de leitmotiv, la propia paranoia se hubiera hundido
antes en la demencia.
Los fenómenos que se manifiestan en la psicosis
de Schreber son, entre otros, las ideas hipocondríacas de
muerte, de envenenamiento, oye ruidos,
"perturbaciones"(Störungen), todos ellos retornando
desde el polo de la percepción. Todo lo que le sorprende lo
interpreta como si las cosas que se presentan inesperadamente
estuvieran dirigidas por otros. Por otros en el mejor de los
casos. Pues, la mayor parte de las veces, se mueven solas,
produciendo un efecto de extrañamiento inquietante, un
efecto siniestro (unheimlich). Pero ese sentimiento
siniestro acaba teniendo un nombre y, por tanto, encajando en un
registro
subjetivo. Son fenómenos en dispersión que acaban
encontrando una cierta coherencia cuando la fantasía
empieza a componerlos dramáticamente. Podríamos
decir que, Schreber, se arma como una especie de falso Edipo, de
estructura
imaginaria del Edipo que sirve de soporte a todos estos
fenómenos. Y cuando esto ocurre, entonces, van
desapareciendo y centrándose el asunto en una rivalidad,
en una confrontación, que es lo que se entiende como
paranoia. Aquí, en este caso, frente a la
dispersión en franja de fenómenos subjetivos,
podemos observar el poder y la profunda significación del
drama como dispositivo humanizador.
Las voces no sólo las oye, también son
luego registradas en su escritura. Oír las voces en la
psicosis no ocurre de una sola manera. Hay voces que no dicen
nada, voces parlanchinas e insustanciales. Sin embargo, hay otras
voces que son temibles, pero verdaderas y menos angustiosas que
las que no dicen nada. Cuando se produce lo que Schreber denomina
el "amarre a tierras" (Anbinden an Erden), los astros
comienzan a tener nervios y se forma como una gigantesca masa
inervada, como una unidad del universo, una sola unidad inervada
toda, donde hay aparentes separaciones que no son tales, pues
luego se reintegran de nuevo al todo.
Cuando se produce ese "amarre a tierras", que es contra
el orden universal, y que tiene que ver con ese
Nervenanhangen, -esa conexión nerviosa que
establece Dios gracias a Flechsig-, comienza el asedio contra la
fortaleza de Schreber. Se produce un fenómeno de voces,
pero multitudinarias; de murmullos constantes, que no lo dejan en
paz, que le recriminan y atosigan con tonterías. Las voces
no dicen nada, pero no son ruidos. Son almas que van perdiendo la
subjetividad. Lo que él tiene ante el espejo es
una duplicación continua de las almas.
Multiplicación de almas, que van perdiendo entidad,
características peculiares sobre las cuales asentar un
"esto digo", un "esto quiero". Esas voces que van
multiplicándose lo están poniendo en jaque
continuamente. Entonces tiene que reaccionar contra eso con el
milagro del alarido, dando gritos, tocando el piano de forma
desaforada, para intentar poner freno a ese sonsonete.
Todos los personajes que aparecen en el delirio tienen
una misma característica: no conservan una identidad, sino
que se duplican como todo lo imaginario. Hay, por ejemplo, un
Dios superior, Ormuz, y otro dios inferior, Ariman. Entonces,
cuando habla el dios inferior él escucha una voz "grave",
que truena, que hace vibrar las ventanas, que le impone un miedo
horroroso, pero que está hablando de verdad. Le dice cosas
tales como que él es una mujer, etc. Digamos que hay unas
voces que son más humanas que otras, unas que son
más dramáticas que otras, que lo capturan
más, para componer un drama sobre el que sostenerse.
También hay una escritura que da pie al drama, -y que, por
tanto, humaniza- más que otra.
O. Mannoni señala que la escritura es más
reconfortante para Schreber que la
palabra(35), pues ésta
continuamente le está asaltando y haciendo cambiar de
ideas, en una ebullición donde el sujeto no se puede
situar. Mientras que la escritura, él mismo lo dice,
"cuando escribo no me pueden desdecir", le crea una referencia
más constante para situar-se. Pero esto sucede tan
sólo cuando escribe los cuadernos y no cuando está
tomando notas (sistema de notas). Es decir cuando ya tiene en
perspectiva algo, cuando ya hay un ideal que centra eso. Cuando
orienta la escritura un ideal que hace suplencia de ese nombre
del padre.
El elemento más fundamental del caso, la
fantasía que arma todo el delirio, Freud lo sintetiza en
los conocidos enunciados de "Yo, un hombre, amo a un hombre" con
sus correspondientes permutaciones, para decir que la realidad
psíquica no se encuentra en las entrañas de lo
biológico (en un intercambio químico de las
sinapsis, podríamos actualizar), sino que hay que buscarla
en el lenguaje,
en lo que "se dice" en el sujeto. No tenemos noticia del sujeto
si no habla. Y en eso que se dice está el sujeto y su
devenir. El núcleo fundamental no es "Yo, un hombre amo a
otro hombre", sino "un hombre se ama". El término "amor"
es harto engañoso, no es que él ame, es
que hay un goce sin nombre, que lo desborda, que lo expulsa del
discurso y
ante el cual debe construir algo para hacerle frente. De manera
que toda la enfermedad es una reacción a una realidad
psíquica que no ha sido reprimida, sino rechazada y por
ello mismo retorna como un goce invasivo.
Habría que preguntarse qué es el rechazo,
porque decir "no", desde el punto de vista que Freud lo observaba
en la neurosis, no se corresponde con un rechazo, sino con una
represión. Y la represión posee su modo particular
de aflorar a la superficie. Por ejemplo, cuando un paciente
decía "no es en mi madre en quien estoy pensando…".
Pero el rechazo no es una manera de decir lo inconsciente, el
rechazo es algo anterior a esa posibilidad. El rechazo afecta a
la posibilidad de que algo sea acogido o no en primera instancia.
Freud entiende que se produce aquí una fijación
entre el autorerotismo y el narcisismo. Como si el paso a la
formación de la imagen en el espejo no estuviera dado.
Como si se tuviera que reconstruir un escenario narcisista
porque, precisamente, la imagen en el espejo que habría de
sustentarlo ha sido rechazada. Algo en esa mirada del espejo,
algo del deseo del Otro, ha sido totalmente rechazado. El goce
pulsional no queda fijado tampoco por lo imaginario del Edipo, no
queda amortiguado y moldeado por el amor y el
drama, por eso queda fluctuando y amenazante.
Hemos de suponer una imposibilidad en la asunción
del deseo que pesa sobre el sujeto. Nada hay primordialmente
reprimido para que desde ahí, desde ese núcleo, se
produzca. Un posible indicio de ello nos conduce al padre.
¿Qué es el padre en el discurso de la madre?
¿qué significa su palabra como depósito del
deseo del Otro? El padre no era amable, tampoco consentía
que nada contraviniera sus expectativas. Cuando a una de las
sirvientas se le ocurrió dar un trozo de pera al
niño en horario no previsto, fue inmediatamente expulsada
de la casa. Los hijos debían despertarse muy temprano y
ducharse con agua muy
fría. Debían usar toda suerte de aparatos para
mantener una posición correcta en todo
momento.(36) Los obligaba a realizar
los ejercicios y a cumplimentar todo aquello que servía
para regenerar y crear nuevos "hombres espíritu
Schreber".
No constituyen toda esta serie de actos del padre la
causa de la enfermedad del hijo. Pero si a este deseo del padre,
demoledor y sin resquicio para el hijo, nada lo frena, nadie le
contesta y simplemente se consiente con él, acaba siendo
imposible encontrar un lugar para ser más allá de
esta palabra del Otro que lo reduce a objeto de goce. La mirada
que todo lo escruta, el saber que no deja hueco, la profunda
ignorancia del otro que existe, son atributos de Dios y de ese
padre. Si nadie corta esta palabra que se desliza de goce
narcisista en goce narcisista, si nadie desdice al goce
fálico, no hay más que eso.
El tercero en la formación del estadio del espejo
es muy importante, pues es la mirada que sostiene a eso que somos
de pie, a esos seres hablantes que somos queriendo, hablando,
diciéndonos. Por más que seamos animales, lo
somos dentro de un lenguaje humanizado, y todos nuestros
movimientos, nuestros afectos, nuestros intereses, deseos,
objetivos,
etc., tienen que estar soportados inauguralmente por ese
consentimiento del ser que somos, por ese deseo que nos acoge,
esa mirada del tercero en liza que nos
sostiene.
El rechazo es ese no admitir que alguien esté de
pie por su propio pie, ese no consentir con la estampa del
bebé, con la exigencia a veces caprichosa, heterodoxa, o
simplemente un tanto diferente, que procede de ese lugar, a poco
que se le haga existir. Si quien está en vías de
existir no es sostenido por el deseo, no cabe recepción
alguna de ese nombre que lo nombra, que lo puede unificar en su
experiencia, que lo ata de algún modo a la vida. El lugar
que encuentra es un lugar inestable, resbaladizo, incandescente
para sus pies.
La demanda del psicótico, de Schreber en este
caso, no es que le quiten las ideas extrañas o el delirio,
sino que, realmente, lo desalojen de ese lugar infernal de ser
objeto de goce para el Otro, de ser objeto de
desecho.
Pregunta:
¿Podría ponerse en relación el
significante "Dios" en el delirio de Schreber con la fe de Dios
en los creyentes? ¿Con qué tradición o
tradiciones entroncaría?
Respuesta:
Lo que pienso que hace Schreber es una creación
intelectual con la materia prima que coge de Flechsig, de su
padre, etc. La expresión "rayos", por ejemplo, pertenece a
las frases escritas por su padre en el tratado sobre la gimnasia; los
insectos milagrosos aluden a su bisabuelo que era
entomólogo. Y él, en fin, de aquí y de
allí, toma elementos para formar una construcción
más o menos sistemática. Pero este sistema no
responde a una tradición intelectual, no responde a las
preguntas de otros. No entra en preguntas ajenas, él tiene
que tapar esa rasgadura (Riss), ese agujero que se ha
abierto y ha traído consigo la catástrofe y el
hundimiento del mundo. No se trata de establecer un diálogo
con otros, sino de ficcionar una salida coherente con dicha
experiencia catastrófica. Lo que plantea quizás
tenga que ver más con una tradición
metafísica y teológica, a la que Schreber no es
ajeno, pero con la que él mismo no polemiza. Él
está influido, pero no se siente partícipe de la
tradición. No pretende dar soluciones a
los problemas
culturales de manera objetiva, a la manera que creen que hacen
los intelectuales
cuando "desinteresadamente" hacen sus propuestas,
dirigiéndose a las almas si estamos en el plano religioso
o a los hombres en general, o a la comunidad, a la sociedad o a
la patria, etc.
No creo que el acicate que lo lleva a esa
creación intelectual sea lo que los otros le formulan
(aunque sea su propia pregunta invertida como decía
Lacan); tampoco las preguntas, que la tradición ha dejado
abiertas. Lo que más bien lo lleva a esas formulaciones es
la exigencia yoica de dar una coherencia a lo que está
fraguándose. Y, en efecto, en su argumentación, en
sus elementos, en sus recursos y en su creación hay
coherencia.
Pregunta:
¿No será que él se pregunta por
qué Dios no conoce a las personas en su interior por la
experiencia con aquellos que lo rodeaban?
Respuesta:
Si la pregunta supone una actitud
indagadora y metafísica, no. Dios no conoce a los seres,
¿pero por qué no los conoce? Yo creo que esa
pregunta no se la hace en ese plan. No es su
pregunta. Parte del hecho de que Dios-Padre no los conoce,
él mismo se encuentra desasistido. Cuando la voluptuosidad
aumenta mucho, cuando la pulsión se hace presente de
manera descarnada, los "rayos" se precipitan de una manera tan
fuerte, que corre peligro incluso la existencia de Dios. Entonces
se hace presente la amenaza para el sujeto de perder el hilo del
discurso que está generando y sucumbir a un estado
catatónico. Este es un tipo de miedo, otro temor que le
inquieta es el de ser abandonado por los rayos, que los rayos se
retiren y lo dejen plantado. Intentan volverle imbécil por
todos los medios y, si lo consiguen, habrán conseguido
realizar unos de los fines del complot, y lo abandonarán y
lo dejarán tirado (liegen lassen). De un modo u
otro, su miedo consiste en perder pie en el discurso.
La cuestión es, pues, ese dejar de ser en el
lenguaje para quedar tirado. Este es el núcleo de su
metafísica y alrededor de ello trama argumentos y
figuras.
Pregunta:
¿Qué papel cumpliría aquí la
escritura, sería de separación?
Respuesta:
La escritura lo separa del horror. Lo separa cuando no
intervienen fuerzas extrañas. Pues, al comienzo, la
escritura no lo separa del sufrimiento de estar bombardeado por
las pulsiones sin trama. Al principio, el cuerpo despedazado
campa por sus respetos por toda la superficie y por todos los
órganos de Schreber. Es cuando esa escritura encuentra un
destinatario cuando lo separa de la catástrofe y logra
poner fuera un elemento, una x. Este elemento excéntrico
con el delirio orienta el sentido de su escritura y, por ende, de
su acción y experiencia. Nace así un ideal al que
apunta. Sea que la ciencia
(Flechsig) reconozca lo que le pasa, la excepcionalidad que es
él. Sea que un juez, el tribunal que puede levantarle la
interdicción o sea quien sea el que juzgue, la
cuestión es colocar ese elemento exógeno para
mantener a distancia ese goce invasor. Ahora bien, no es lo mismo
para él demandar atención de los científicos y
mostrar a la ciencia que su
cuerpo es un campo de fenómenos milagrosos, que demandar
del juez el levantamiento de la inhabilitación que pesa
sobre él. En este caso, el destinatario es un sujeto
desexualizado, un juez distante, una figura separable del cuerpo
pulsional que le puede dar carta de naturaleza.
De todos modos, quizá en esa separación
que se produce con la obra ya hecha, concluida, libere algo y lo
deje circular. Pues de alguna manera se desprende un objeto. Y es
de las cosas que no retornan. No retornan sino en forma siempre
múltiple como la realidad. Entonces quizá esa
escritura dirigida en la trama de un ideal sea algo que
estabiliza.
Pregunta:
¿No podría ser más bien la escritura el
efecto y no la causa de esa
estabilización?
Respuesta:
Cronológicamente funciona así. Es cuando empieza a
escribir para una causa que cesan en gran medida los otros
fenómenos. Aunque sólo en parte, pues fuera del
asilo sigue asaltándole el fenómeno del alarido,
sigue mirándose al espejo, poniéndose tocados de
mujer, haciendo gestos, porque cree que todavía sigue
existiendo eso. El delirio ha reducido sus manifestaciones
más extravagantes, pero continúa.
El análisis que tiene Lacan va en este sentido.
Cuando habla del cuarto nudo en relación a la escritura de
Joyce afirma que Joyce se produce con su escritura. No es que el
sujeto escriba, sino que la propia escritura genera a Joyce. Lo
que se escribe lo asume como ser, y por él desliza y
amortigua las pulsiones. Habría que ver si eso en la
clínica es verdad. Y parece cierto, porque cuando se
trabaja con los dibujos y
otras formas de expresión, a la postre lo que queda es una
cierta escritura y un cierto decir. No es tanto el dibujo cuanto
lo que se dice de él. La escritura para el propio
Schreber, tal como él mismo reconoce, lo sitúa de
manera más fija que el habla, pues ésta está
en continua ebullición, mientras que aquélla queda
ahí fijada como referencia. Ese verse en los enunciados
que él mismo genera pienso que puede ser estabilizador,
siempre que componga un cierto drama.
Pregunta:
Hay religiones que
tienen un sentido similar al de Schreber y no son más
creíbles. ¿Qué le sugiere
esto?
Respuesta:
Dios está en el cielo, las almas son nervios; los nervios,
cuando alguien muere, se desprenden y van al cielo, pero antes se
deben purificar y convertirse en "vestíbulos del cielo"
(Vorhofe des Himmmels). En efecto, es similar a otras
especulaciones religiosas, pues otros dioses que también
lo son de la muerte, tampoco tienen contacto con los vivos.
Muchos dioses esperan que nos muramos para repartirse las almas.
Lo que hay de especulación metafísica puede ser
incluso más coherente en Schreber, pero esta tendencia
especulativa no es la esencia del delirio.
Pregunta:
¿Qué cree que desencadena el delirio
paranoico?
Respuesta:
Cuando Schreber es nombrado presidente, recibe un cargo muy
importante dentro de la judicatura alemana. Sus subordinados son
mayores que él, es gente con un prestigio y, por tanto, se
trata de llegar a un sitio en donde muy fácilmente puede
quedar en entredicho, puede resbalar. La sorpresa es peligrosa
para él, incluso la sorpresa supuestamente grata. Schreber
no quiere sorpresas. Hay otra cuestión que quiero
añadir al respecto. Se trata del supuesto carácter
del paranoico. A veces se afirma que estos pacientes tienen un
carácter específico. Freud afirma que hay un corte,
una irrupción y que un paranoico, por el hecho de serlo,
no tiene que comportarse de una manera determinada. No existe el
carácter paranoico. Paul sabía hacer ciertas
ironías, incluso gracias en familia, tenía un
cierto humor. Por otro lado, no era para nada un tipo voluptuoso
ni tendente a la homosexualidad manifiesta. Hoy, posiblemente,
ese delirio no tendría sentido. Schreber dice algo que nos
da a pensar qué sucedería hoy con un delirio de ese
corte. En sus memorias afirma que si Dios se fuera, si lo dejara
plantado "yo tendría que estar continuamente pendiente de
la mujer, conservando la mujer, los rasgos de la mujer, copiando
la mujer, haciendo de mujer". Es decir, hoy, tal vez,
–dados los medios a su disposición- en lugar de
delirar y construir un sistema metafísico, quedaría
abocado al acto de una operación de cambio de sexo. Tal vez
se estabilice de esta otra forma el sujeto, pero dudo entonces
que éste se comprometiera en el laborioso esfuerzo de
construir una metafísica.
Pregunta:
¿Cómo sería el lazo social posible para
Schreber hoy?
Respuesta:
Ya hay asociaciones para todo. Si te operas solo, es
difícil. Pero si hay grupo, si ya hay muchos antecedentes
y con ello se consigue hacer lazo social, es una posibilidad.
Creo que hay formas más fáciles de hacer lazo
social que no impliquen tanto esfuerzo como el que tuvo que
realizar Schreber escribiendo sus admirables memorias.
Pregunta:
¿En qué medida le influye la sociedad en su
modo de locura?
Respuesta:
Yo creo que la sociedad cuenta para él. Pero él
sabe y los otros no. Aquí no se trata de que alguien
esté en falta, y el otro, la sociedad, tenga que
reconocerle. La homosexualidad esa no sería como una
elección de objeto, sería más bien una
imposibilidad de construir otro simbólico. No se trata de
deseo en torno a un objeto, capaz de apoderarse de algo del goce,
sino de un goce inapropiable y no especularizable. Cuando aparece
esta cuestión, Schreber no piensa en casarse o en vivir
con alguien. No pretende, por ejemplo, seducir a Flechsig.
Él no está en eso, la presencia de Flechsig se hace
notar cuando sabe demasiado, y entonces, se queda prendido en esa
rivalidad por el prestigio. Esto sería tan sólo la
dimensión narcisista de la psicosis, pero dejaría
oculta la dimensión más profunda, la del
Riss, la de la desgarradura por donde se pierde el
sujeto y se convierte en el objeto de goce del Otro. Lo que
él tiene que justificar no debe hacerlo ante la sociedad,
sino ante las instancias heredadas que lo llaman "hombre",
"viril"; y entonces, él es, al pie de la letra,
un hombre. Esto puede ser una forma delirante de ser, alguien que
se crea realmente un hombre… Pero cuando eso falla,
cuando las voces le dicen que se va a volver mujer y el cuerpo
comienza a sufrir determinadas transformaciones a sus ojos,
formas redondeadas, voluptuosidad, nerviosidad, etc., y
está encarnando esa especie de mujer, entonces no
está desarrollando una homosexualidad, sino intentando
enhebrar una posición en torno a ese significante que lo
nombra "mujer". No cualquier mujer, desde luego, sino la mujer de
Dios, nominación que le viene desde lo real de su
experiencia. Él tiene una cierta estructura anterior que
le hace creer que él es un hombre, que es un
esposo y, entonces, actúa como tal. Es dolorosamente
contradictorio para él tener que convertirse en mujer.
Pero ¿quién le impone ser mujer? Es un imperativo
de goce dice Lacan. Las voces lo nombran mujer y desde ese
momento él no puede resistirse a eso. Él es eso,
esa fantasía que encarna como fundamento de toda la
realidad psíquica. Si hubiera continuado bajo el
imperativo de la fantasía de ser hombre, las gentes no se
hubieran extrañado tanto, como ahora no lo hacen cuando
alguien habiendo nacido varón se declara mujer y acude a
la Seguridad
Social. No hablo en contra de la dignidad de
sujetarse a lo que sirva de andamio a la existencia de cada cual.
En Schreber esa fantasía de ser una mujer… ocupa
toda la realidad psíquica, y la ocupa a pesar de
él, de su anterior sostén en la existencia como
"hombre". Esa fantasía introduce una contradicción
no sólo en el orden lógico, sino en el
ontológico y sobre todo en el moral. Por eso
el yo debe justificar esa nueva posición del sujeto ante
su cuerpo de mujer, su cuerpo de goce para…los hombres, y
finalmente, para Dios. Como al comienzo no hay ninguna
misión salvífica, ningún ideal que consienta
con esa nominación, esa experiencia lo vuelve paranoico.
Lo están convirtiendo en mujer, para gozar de él.
No se trata de convertir su cuerpo de mujer en objeto
fálico para el otro, -una mujer exuberante que atraiga el
deseo-, sino de entregarlo a un hombre para que goce de su cuerpo
de mujer. Ese "gozar de ella", para una mujer de entonces,
debía sonar tan terrible como imposible es hoy que esto
suceda. Pues la mujer reivindica su goce sin que nadie se atreva
a hacer objeción e imaginariamente no se presenta como
terrible. Esto no quiere decir que haya desaparecido el temor a
la castración, al goce del Otro, pero sí que se ha
desplazado a otras imposibilidades. Hoy puede representarse en la
fantasía igualitaria ese goce de mujer, quedando reducida
su consunción a un goce narcisista. Al otro lado de la
experiencia de goce, al lado de la castración, tan
sólo queda la angustia del acto invasivo o la salida del
acto audaz y psicopático. Hoy se hace un poco más
difícil que se instale el síntoma histérico
en esa mujer caracterial e igualitaria.
Pregunta:
¿Cómo entender la locura hoy bajo las
condiciones de los saberes expertos?
Respuesta:
Lo que sucede con Daniel Paul queda lejos de las explicaciones
hoy en uso: la pericia de estos saberes no se detiene, no tiene
tiempo para comprender. Una explicación posible es la
realizada por el psicoanálisis. El sujeto encuentra que el
lugar del deseo del Otro está vacío, allí
donde debería leer este deseo encuentra un vacío,
un agujero, ante el cual sólo le cabe la creación
ex nihilo.
Pero, hoy, el loco ya no es un loco, sino alguien que
sufre un trastorno modificable, aislable, tratable por un saber
científico y experto. No se aborda al sujeto, sino al
mecanismo que se ha desviado de su función. Del sujeto, en
el sentido que plantea el psicoanálisis, nada se quiere
saber.
Pregunta:
¿En qué consiste la cura de la
psicosis?
Respuesta:
La cura, se supone, consiste en esa estabilización a
partir del cuarto nudo. Sea la escritura, sea la pintura, sea
cualquier elemento que anude los registros
imaginario, simbólico y real, de manera siempre precaria.
Tal vez, como apunta la clínica lacaniana, se pueda
favorecer esa creación, colocándose en una
posición neutra, no haciendo semblante, no tomando
cartas en el
asunto imaginario, sino convirtiéndose en el objeto de
desecho.
Pregunta:
¿Cómo entender el sujeto en la
psicosis?
Respuesta:
El sujeto está incrustado en esa fantasía, es
ése que se convierte en mujer, ése que lucha contra
el perseguidor Flechsig, ése que se va deslizando no por
la cadena significante al uso, sino por ese hiperespacio
imaginario en el que se coloca, en imparable movimiento de ping
pong, cuando no cae en ese agujero en que se hunde el mundo y
desaparecen los otros. La dignidad está tanto en el loco
como en quien, en la actualidad, sufre trastornos.
Está en uno y en otro, pero está supuesta, si es
que se admite la existencia del sujeto. Si por el contrario, se
piensa que existe simplemente un mecanismo, del que la ciencia
tiene ya el saber suficiente para ignorar la biografía y la
particularidad del deseo y la identidad, entonces ya no hay lugar
para la palabra de quien se queja o delira. La dignidad
está en cada sujeto si se le cede un lugar en el discurso.
El psicoanálisis lo hace, no está tan claro que la
psicología
u otros saberes expertos lo hagan.
El dejar ese espacio, ese lugar al sujeto al suponerlo,
es lo que permite un cierto recorrido a ese "algo" que es
alguien, y que se desliza por el discurso siendo
afectado en su cuerpo. El sujeto del inconsciente se desliza por
esos enunciados, de los que el propio individuo consciente nada
sabe. Esos enunciados de los que estamos hechos, tales como "que
bello sería ser una mujer en el momento del coito". En
este caso lo que sucede es una falla no en el enunciado, sino en
el puente, en la conexión, en el nudo que
permitiría al sujeto deslizarse de una fantasía a
un síntoma o a una actuación inconsciente y
fantasmática. Aquí ese fantasma se hace real y
consciente.
Como se ve, todos somos a través del lenguaje que
hemos ido creando. Somos seres biológicos, es evidente.
Pero todos estamos viendo, oyendo, percibiendo desde el horizonte
que ese lenguaje nos presta, y sin el cual nada humano
existiría, ni historia, ni
biografía, ni religión, ni filosofía, ni
pensamiento ni arte, ni nada.
Somos ahí deslizándonos por esa gran cadena del ser
de lenguaje, cuyos frenos y topes están fijados por
accidentes
biográficos y particularidades. Otros animales superiores
no habrían accedido a la dignidad, por no ser considerados
seres hablantes que guardan en su corazón el
tesoro de la verdad. Pues la animalidad no es, en último
extremo, sustancia, sino una de las formas de negación de
la palabra a un sujeto posible. Sírvanos de referencia la
existencia de animales-dioses en culturas anteriores. Anubis, por
ejemplo, tal como aparece en la "Sala de las Dos Verdades o Sala
de la Pesada", se encarga, junto a Horus, "…de conducir al
difunto para que su corazón sea pesado en la balanza para
que no pueda ser trucado, y Tot apuntará el resultado de
la pesada. Por ello, ambos dioses llevan el título de "El
que Cuenta Corazones"(37).
NOTAS
1. SCHREBER, D. P. Denwürdigkeiten
eines Nervenkranken. Taschenbücher Syndikat. Frankfurt
am Main, 1985. Para facilitar la comprensión se
usará conjuntamente la traducción en castellano.
Memorias de una neurópata. Ed. Argot. Barcelona,
1985.
2. FREUD, S.
Observaciones psicoanalíticas sobre un caso de
paranoia ("Dementia paranoides") autobiográficamente
descrito. Ed. Biblioteca Nueva.
Madrid, 1972.
Traducción de Luis López- Ballesteros y de Torres,
O.C. t. IV, p. 1487.
3. Sobre todo a
partir de la publicación de Wandlungen und symbole der
libido. Jhb. Band 3-4 Rascher &Cie. Zürich, 1912.
Hay traducción en castellano. Símbolos de
transformación. Ed. Paidós. Barcelona
1982.
4. Correspondencia S.
Freud /C. G. Jung. Carta 240F, de 14 de marzo de 1911. Ed.
Taurus, Madrid. 1979. p. 465. Se trata de una expresión de
Schreber que apunta al nódulo
paranoico.
5. Ibidem. Carta
243J de 19 de marzo de 1911. p.
469.
6. FERENCZI, S. Sigmun
Freud, Sandor Ferenczi, Correspondencia completa 1908-1911.
Vol I.1. Carta de Freud a Ferenczi, Viena, 16 de diciembre de
1910.
7. Correspondencia
completa (1908-1939) Sigmund Freud,
Ernest Jones. Ed. Síntesis.
Madrid, 2001. Carta 22 de enero de 1911, Viena. P.
134.
8. Este artículo
aparecería en el verano de 1911, incluido en la primera
parte del Jahrbuch, tomo III, seguido de "Observaciones
psicoanalíticas sobre un caso, autobiográficamente
descrito, de paranoia (Dementia
paranoides)".
9. Schreber dice
textualmente: "Es war die Vorstellung, dass es doch
eigentlich recht schön sein müsse, ein Weib zu sein,
das dem Beischlaf unterliege". Denkwürdigkeiten… p.
30.
10. Pensemos en los dos
años, del 1900 a 1902, en que establece un proceso
judicial, durante el cual trata por todos los medios que se le
reconozcan los derechos y se le retire la
inhabilitación.
11. FREUD, S.
Observaciones psicoanalíticas… nota 914,
p. 1514.
12. LACAN, J. De una
cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la
psicosis. Escritos II. Ed. Siglo XXI. Madrid, 1983. p.
251.
13. LACAN, J. Seminario 9,
La Identificación, inédito. Clase 18, 2 de
mayo de 1962.
14. DEVREESE,D.,
ISRAËL,H., QUACKELBEEN, J. Schreber inédit.
Ed. Seuil. París, 1986. p.
153.
15. FULBROOK, M. Historia
de Alemania. Ed. Cambridge University Press,
1995.
16. MANNONI, O., La otra
escena. Claves de lo imaginario. Ed. Amorrortu. Buenos Aires.
1973. p. 70.
17. En De una
cuestión preliminar a todo tratamiento…, Lacan
afirma:
Para que la psicosis se desencadene, es necesario que el
Nombre-del-Padre, verworfen, recusado
(forclos), es decir sin haber llegado nunca al lugar del
Otro, sea llamado allí en posición simbólica
al sujeto.
Es la falta del Nombre-del-Padre en ese lugar la que, por el
agujero que abre en el significado, inicia la cascada de los
retoques del significante de donde procede el desastre creciente
de lo imaginario, hasta que se alcance el nivel en que
significante y significado se estabilizan en la metáfora
delirante.
Pero ¿cómo puede el Nombre-del-Padre ser llamado
por el sujeto al único lugar de donde ha podido advenirle
y donde nunca ha estado? Por ninguna otra cosa sino por un padre
real, no en absoluto necesariamente por el padre del sujeto, por
Un-padre.
Aún así es preciso que Un-padre venga a ese lugar
adonde el sujeto no ha podido llamarlo antes. Basta para ello que
ese Un-padre se sitúe en posición tercera en alguna
relación que tenga por base la pareja imaginaria
a-a’, es decir yo-objeto o ideal-realidad, interesando al
sujeto en el campo de la agresión erotizado que induce."
p.263.
18. Literalmente "alabanza,
elogio de Dios".
19. LACAN, J.
De una cuestión preliminar… p.
246.
20. SCHATMAN, M. El
asesinato del alma: la persecución del niño en la
familia autoritaria. Ed. Siglo XXI. Madrid, 1977. pp. 45 y
ss.
21. Ibidem. p.
30.
22. A pesar de la coincidencia,
nada tiene que ver C. Jung, su marido, con quien contrajo
matrimonio a
los 23 años en 1864, con el psicoanalista C. G. Jung,
discípulo de Freud.
23.
Behr, es prácticamente homófono de
Bähr, que significa oso. En el delirio
aparecerán ciertos osos que le miran con ojos de fuego,
con una mirada insoportable.
24.
SCHREBER, D. P. Denkwürdigkeiten… p. 33. En
la edición
en castellano p. 57.
25. Schreber
tomó yoduro de potasio, supuestamente para regular la
glándula tiroides. También tomó hidrato
cloral, prescripción que se hacía en ese tiempo,
para calmar la ansiedad y evitar el insomnio. Esta sustancia,
sintetizada por Liebig en 1832, la introdujo en medicina
Liebreich por sus propiedades hipnóticas y
anestésicas. Otra sustancia con la que fue medicado, el
sulfonal, presentaba igualmente propiedades
hipnóticas.
26. SCHREBER, D.
P. Denkwürdigkeiten… p. 35-36. En la
edición en castellano p.
60.
27. SCHREBER, D. P.
Denkwürdigkeiten… p. 193 y ss. En la
edición en castellano, p. 286 y
ss.
28. SCHREBER, D. P.
Denkwürdigkeiten… p192-193 En la
edición en castellano pp.
277-278.
29. LACAN, J. De una
cuestión preliminar… p.
252.
30. Ver nota
12.
31. SCHREBER, D.P.
Denkwürdigkeiten…En la versión
alemana se lee: Eh’ Dich der rechte Friede liebt- / Der
stille Gottesfriede- / Der Frieden, den kein Leben giebt / Und
keine Lust hienden, / Da thut es Noth, dass Gottes Arm / Dir eine
Wunde schlage, / Dass Du musst rufen: Gott erbarm’,/
Erbarm’ Dich meiner Tage, / Da thut es Noth, dass sich ein
Schrei / Aus Deiner Seele ringe, / Und dass es dunkel in Dir sei
/ Wie vor dem Tag der Dinge, / Da thut es Noth, dass ganz und
schwer / Der Schmerz Dich überwinde. / Dass sich nicht eine
Träne mehr / In Deiner Seele finde, / Und wenn Du ausgeweint
Dich hast / Und müde bist, so müde, / Da kommt zu Dir
ein treuer Gast / Der stille Gottesfriede. p. 87. En la
edición en castellano p.
132.
32. SCHREBER, D. P.
Denkwürdigkeiten… nota 96, p. 153. En la
edición en castellano, nota 96, p. 222-223.
33. En 1963, en el Seminario de la Angustia,
Lacan afirma: Antes del estadio del espejo, lo que será
i(a) se encuentra en el desorden de los a minúsculas que
todavía es cuestión de tenerlos o no tenerlos.
Éste es el verdadero sentido, el sentido más
profundo a darle el término de autoerotismo, le falta a
uno el sí mismo, por así decir, por completo. No es
el mundo exterior lo que le falta a uno, como se suele decir
impropiamente, sino uno mismo.
Aquí se inscribe la posibilidad de este fantasma del
cuerpo despedazado que algunos de ustedes han encontrado en los
esquizofrénicos". El Seminario 10: La
Angustia.Ed. Paidós. Buenos Aires, 2006. p.
132.
34. En 1956, Lacan introduce
este término en el análisis de la psicosis:
¿Por qué este esquema mínimo de la
experiencia humana, que Freud nos dio en el complejo de Edipo,
conserva para nosotros su valor irreducible y sin embargo
enigmático? ¿Por qué quiere siempre Freud,
con tanta insistencia, encontrarlo por doquier? ¿Por
qué es ese un nudo que le parece tan esencial que no puede
abandonarlo en la más mínima observación
particular? Porque la noción del padre, muy cercana a la
del temor de Dios, le da el electo más sensible de la
experiencia de lo que llamé el punto de almohadillado
entre el significante y el significado. El Seminario 3: La
Psicosis. Ed. Paidós. Barcelona,
1984.
35. Octave Mannoni en 1969
afirma: Entre la época en la cual, en el patio del
Hospital de Sonnenstein, insultaba violentamente al sol y
vociferaba sembrando la confusión entre el resto de los
internados (para reducir los "Nervios" al silencio), y el momento
en que lo relata por escrito, hay sin duda lo que
podríamos llamar un espacio de "tiempo terapéutico"
y el distanciamiento de la enfermedad en su recuerdo. Pero esto
no es del todo exacto, puesto que el mismo Schreber nos asegura,
en lo que escribió para los jueces después de haber
terminado su libro, que
seguía siendo víctima de accesos de aullidos que no
dependían de su voluntad. Incluso teniendo en cuenta una
mejoría, indudable, de su estado, hay sobre todo otra
distancia, entre la posición de autor y la posición
de sujeto -inmediato y sin protección- de la palabra.
La otra escena… p.
62.
36. Schatzman hace un
inventario
minucioso de estos procedimientos
ideados por el padre en la obra ya
citada.
37. CASTEL, E. Diccionario de
Mitología Egipcia. Ed. Alderabán. Madrid. 1995. p.
51.
Sergio Hinojosa
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